Entre paréntesis

No era ni pretendía ser un monje zen,  los haikus que escribía tampoco podían suponer estrictamente el modo de comunión con la naturaleza que era para sus maestros. En mis haikus mi ego se colaba demasiado a menudo; otras veces, resultaban demasiado abstractos o rebuscados o literarios; incluían metáforas u otras figuras que los alejaban de su ideal desnudez y despojamiento de todo adorno. Pero, la verdad, no he luchado contra ello. Asumo mi condición de hija de otra época, con otras maneras, otras necesidades. Si en alguna ocasión el haiku me servía para captar el instante, era bienvenido; si en otra, me desvelaba alguna circunstancia propia, tampoco lo daba por perdido. Ninguna enseñanza está de más. Lo que más me interesaba era, en cualquier caso, la búsqueda de lo esencial de una experiencia, ya fuera de la naturaleza, de la realidad externa o personal. Porque, además, en esa restricción a la hora de recargar la vivencia, se da una desnudez donde no es difícil que se revele una unidad entre poeta, lector e instante captado. El mundo que vemos cada uno, si abrimos bien los ojos, tiene más similitudes que diferencias; y todos, si nos perdemos en lo cotidiano, estamos abiertos a las mismas maravillas.

Ana Pérez Cañamares